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Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro:
Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.
ISBN: 9788449335563
Editorial: Paidós
La industria de la felicidad afirma que puede moldear a los individuos y hacer de ellos personas capaces de mantener el optimismo y oponer resistencia a la negatividad, para así lograr la mejor versión de sí mismos controlando totalmente sus deseos improductivos y sus pensamientos derrotistas.
¿No estaremos acaso ante un nuevo argumento falso destinado a convencernos de que la riqueza y la pobreza, el éxito y el fracaso, la salud y la enfermedad son únicamente responsabilidad nuestra? ¡Anímate a reflexionar y cambiar tu vida!
Martín Seligman sostuvo que la psicología tradicional se equivocaba al hacer hincapié en corregir lo negativo en vez de promover lo positivo para ayudar a niños y adultos a desarrollar su máximo potencial. Así se convirtió en el fundador de la psicología positiva.
Con la ayuda de los medios de comunicación de todo el mundo, la psicología positiva difundió con éxito entre académicos, profesionales y público no especializado la idea de que finalmente había nacido una nueva ciencia de la felicidad que había encontrado las claves psicológicas del bienestar, el sentido de la existencia y la realización personal.
En pocos años, los psicólogos positivos crearon una amplia red institucional a escala global. Las donaciones y subvenciones no se detuvieron con el primer cheque que apareció en la mesa de Seligman.
A lo largo de los meses y los años siguientes, fueron muchas las instituciones privadas y públicas interesadas en ese campo de investigación que financiaron su desarrollo.
Con su coequiper Peterson, Seligman publicó Character Strenghts and Virtues: A Handbook and Classification, un manual de salud mental.
En vez de diagnosticar los trastornos mentales, el manual ofrecía una clasificación universal de las fortalezas y virtudes “para ayudar a la gente a evolucionar hacia su máximo potencial” e invitar a académicos, terapeutas y profesionales de la salud a centrarse en lo bueno, lo auténtico y lo virtuoso en los individuos.
En menos de una década, la cantidad, el alcance y el impacto de la investigación académica sobre la felicidad y los temas relacionados con ella se multiplicaron por diez.
Se abarcaba así no solo la psicología sino también la política, la criminología, la ciencia del deporte, el bienestar animal, el diseño, las neurociencias, las humanidades, la gestión y los negocios.
Toda la esfera no académica de profesionales “psi” que se habían hecho un hueco importante en el mercado terapéutico durante las décadas anteriores, incluyendo autores de libros de autoayuda, especialistas del coaching, conferencistas motivacionales, y formadores y consultores de empresas, también sacaron partido de la situación.
Seligman y otros muchos psicólogos que están en el origen de este éxito ya ocupaban puestos importantes y de mando tanto en la universidad como dentro de poderosas organizaciones e instituciones políticas y económicas.
Aunque los psicólogos positivos siempre han recurrido a una acentuada retórica científica para trazar una clara línea divisoria entre científicos y charlatanes, expertos y no expertos en materia de felicidad y bienestar humanos, esta distinción se puso en duda desde la misma fundación de la disciplina.
Una de las claves del éxito de la psicología positiva dentro del campo de la psicología académica fue contribuir a su expansión pero sin generar demasiadas fricciones teóricas entre las distintas escuelas de pensamiento ya existentes.
Durante las dos últimas décadas, la psicología positiva ha sido objeto de numerosas críticas. Importantes analistas han puesto en duda sus postulados fundamentales, aspiraciones universalistas, simplificaciones, tautologías y contradicciones conceptuales, problemas metodológicos, falta de replicabilidad de sus estudios, sobregeneralizaciones abusivas, y hasta su eficacia terapéutica y estatus científico.
La psicología positiva desarrolló poderosas sinergias con los economistas de la felicidad. Para los economistas, el problema era que si la felicidad era relativa, entonces las mejoras y los incentivos económicos objetivos ya no podían producir beneficios reales para las poblaciones.
Para los psicólogos, el problema era otro: si la felicidad era relativa, entonces cualquier posibilidad de establecer una ciencia objetiva de las emociones y los sentimientos quedaba en entredicho.
Los economistas de la felicidad y los psicólogos positivos recomendaron activamente introducir la felicidad como criterio político para la toma de decisiones y la evaluación de las políticas sociales y económicas.
De repente, pareció que los fríos índices de progreso económico y social no eran del todo adecuados para tomar la temperatura emocional de los ciudadanos y el bienestar de los países. Si la gente afirmaba ser feliz, no había razón para preocuparse.
A pesar de carecer de solidez teórica, la idea de que la felicidad puede medirse con imparcialidad y exactitud ha penetrado con fuerza en el alma individualista, tecnocrática y utilitarista de la política neoliberal. Desde este punto de vista, el utilitarismo ha dejado de ser una utopía de la ingeniería social para convertirse en una realidad científica.
La vida buena coincide hoy con las exigencias de la tecnocracia: las evaluaciones de los estados de ánimo y de los sentimientos, intenciones, tendencias y hasta de los recovecos más profundos de la psique son susceptibles de integrarse en cálculos a gran escala sobre el consumo de masas, la productividad y el progreso económico a escala nacional.
En efecto, la felicidad es hoy objeto de las estadísticas de masas y de la economía de datos personales.
La Big Data, registrando lo que hacemos y lo que nos gusta, cuándo lo hacemos, con qué frecuencia y al hilo de qué secuencia de acontecimientos; los analistas, las instituciones y las grandes empresas obtienen una información inestimable que les permite influir no solo en los aspectos más corrientes de nuestro día a día, sino también en qué debemos entender como importante o no para nuestro bienestar.
La felicidad se postula, pues, como una de las principales brújulas económicas, políticas y morales de nuestras sociedades actuales.
Una de las implicaciones más importantes de la medición de la felicidad es que permite hablar y decidir sobre temas políticos y económicos de primer orden de forma aparentemente no ideológica.
Hasta ahora, había un amplio consenso en torno a la idea de que felicidad y desigualdad se relacionaban de forma negativa, especialmente para las poblaciones más desfavorecidas. Algunos economistas han comenzado a defender lo contrario.
Según la psicología positiva, la desigualdad social ya no va acompañada de resentimiento sino de una especie de “factor de esperanza” en virtud del cual el éxito de los más favorecidos se percibiría como un incentivo de mejora social y económica por parte de los que lo son menos.
El recurso de la felicidad ha mostrado ser enormemente conveniente desde el punto de vista tecnocrático (y no solo porque la felicidad añade un barniz humanista al deshumanizante mundo de la ingeniería política).
Si un cuestionario sobre satisfacción con la vida o sobre bienestar mide de forma tan precisa el sentir de los ciudadanos, no parece entonces necesario preguntarles qué piensan de las medidas políticas de sus dirigentes, sino que bastaría con saber su puntuación en felicidad.
Las implicaciones políticas de tales afirmaciones son evidentes: esforzarse por reducir las desigualdades parece innecesario e incluso contraproducente. Esta forma de gobernar para la gente pero sin ella parece algo más despótica que democrática.
Los enfoques neoutilitaristas y tecnocráticos tienen, efectivamente, un problema con que la democracia se haya extendido más allá de lo que es realmente posible controlar.
Conceptos como el de felicidad suponen una valiosísima estrategia en cuanto permiten ofrecer atisbos de democracia sin tener que enfrentarse a las consecuencias imprevisibles y a los desafíos políticos que implicarían opiniones, debates y decisiones más abiertamente democráticas.
El neoliberalismo debería entenderse como algo más amplio y más esencial que una simple teoría política de las prácticas económicas. Debería considerarse como un nuevo estadio del capitalismo caracterizado por, al menos, las siguientes cuestiones:
Más importante aún, el neoliberalismo ha de entenderse como una filosofía individualista focalizada esencialmente en el yo, y cuyo postulado antropológico principal puede resumirse en la asunción de que todos somos actores independientes y autónomos que, unidos por el libre mercado, construimos nuestro propio destino haciendo sociedad por el camino.
Debemos interesarnos por sus máximas éticas y morales, según las cuales todos los individuos son (y deberían ser) libres, estratégicos, responsables y autónomos, capaces de gobernar sus deseos y estados psicológicos con el fin de realizar lo que se supone que es el objetivo más fundamental en la vida de toda persona: su propia felicidad.
Si la felicidad se ha convertido en algo fundamental en nuestras sociedades neoliberales es, sobre todo, porque está inextricablemente asociada a los valores individualistas. Si ha llegado a tener el protagonismo que hoy tiene, es porque se ha mostrado especialmente útil para reavivar, legitimar y reinstitucionalizar el individualismo en términos aparentemente no ideológicos gracias a su discurso científico.
El mindfulness es también un concepto central para la psicología positiva. Sin duda, el mindfulness encaja perfectamente con una ciencia que ratifica la interioridad, promueve la responsabilización personal y convierte la obsesión por la mejora personal en una necesidad psicológica, una obligación moral y un activo económico.
El mindfulness también encaja perfectamente con los postulados individualistas, la estrecha concepción de lo social, y la cosmovisión neoliberal y conservadora que caracteriza a esta ciencia.
La afirmación de los psicólogos positivos acerca de que es una época en la cual estamos más felices que nunca contrasta con numerosos estudios sociológicos que señalan el vínculo directo que se produce entre el aumento del individualismo y las crecientes tasas de suicidio y depresión.
A medida que el discurso de la felicidad responsabiliza a las personas por los éxitos y fracasos en su vida, el malestar y la sensación de impotencia para superarlo se han llegado a experimentar como fuentes de descontento y debilidad personal, como indicios de una psique defectuosa o mal gestionada, y hasta como síntomas de una vida desperdiciada.
La manipulación de los sentimientos ajenos requiere inteligencia, cierta pericia emocional y mucha mano izquierda. La frustración, la angustia y el abatimiento que acompañan el despido laboral, por ejemplo, solo pueden neutralizarse si se sustituyen por otros afectos: motivación, optimismo y esperanza de futuro, sin importar cuán ilusorias sean las expectativas o cuán paternalista sea la manipulación.
La felicidad hoy en día se ha convertido en una obsesión, pero también en un regalo envenenado. La felicidad no es ese precioso tesoro que unos científicos desinteresados han descubierto y decidido entregarnos para liberarnos de nuestras miserias, para alcanzar la plenitud personal y la buena vida.
Mucho de lo que hacemos en nombre de nuestra felicidad, sea beneficioso, decepcionante o perjudicial, a quien verdaderamente beneficia es a la “happycracia”, es decir, a la felicidad misma y a aquellos que detentan el poder y la autoridad sobre ella.
La búsqueda de la felicidad no contribuye necesariamente a nuestro bienestar o al bienestar de los nuestros y de la sociedad en la que vivimos, pero sí contribuye, irremediablemente, a la legitimidad, la omnipresencia y la influencia de la felicidad sobre nuestras vidas.
La felicidad se ha convertido en una poderosa herramienta para controlarnos porque nos hemos entregado a la obsesión que nos propone. No es la felicidad la que se adapta a nosotros, a los claroscuros de nuestras emociones, a las ambigüedades de nuestros pensamientos o a la compleja textura de nuestras vidas.
Por el contrario, somos nosotros los que tenemos que adaptarnos a sus tiránicas demandas, a su lógica consumista, a su enmascarada ideología, y a sus estrechas y reduccionistas asunciones sobre lo que somos y debemos ser.
La ciencia de la felicidad ayuda a algunas personas, sus consejos y sus métodos hacen que se sientan mejor. Pero la felicidad no es ese bien supremo y absolutamente obvio que pretenden haber descubierto todos los expertos, como tampoco son inocentes sus usos en la política, la educación, el mercado, las empresas o el ejército, con la felicidad integrándose en el tejido mismo del poder y no para nuestro propio bien.
Edgar Cabanas y Eva Ilouz sostienen que si la felicidad fuese un bien autoevidente o con tan enormes beneficios psicológicos, sociales y políticos como han repetido hasta la saciedad los científicos y expertos de la felicidad, entonces no necesitaríamos una ciencia o expertos que nos los dijeran o confirmaran: ya nos habríamos dado cuenta.
Pero si resultara que la felicidad sí es ese bien supremo al que todos debemos aspirar, como dicen científicos y expertos, entonces sería algo demasiado importante como para dejarla en manos de una ciencia tan débil y tan ideológicamente sesgada, tan integrada con el mercado de consumo, tan útil para la política neoliberal y tan complaciente con las grandes empresas como la psicología positiva.
Es que cuando se trata de algo como la felicidad, los psicólogos positivos no pueden pretender simplemente describirla sin reconocer que la están moldeando y prescribiendo al mismo tiempo.
Esta industria de la felicidad no solo perturba y confunde nuestra capacidad para conocer las condiciones que moldean nuestra existencia; también anula y deslegitima esa capacidad, la vuelve irrelevante. El conocimiento y la justicia, antes que la felicidad, siguen siendo los valores más revolucionarios que tenemos en nuestras vidas.
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Doctor en psicología por la Universidad Autónoma de Madrid. Actualmente, es profesor e investigador en la Universidad Camilo José Cela con la cofinanciación del Programa de Atracción del Talento de la Comunidad de Madrid. Ha sido investigador posdo... (Lea mas)
Socióloga y escritora franco-israelí. Su orientación es marxista, y se especializa en historia de la vida emocional, teoría crítica aplicada al arte y a la cultura popular, el s... (Lea mas)
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